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Oppenheimer o la historia de un hombre que desafió a Dios

Por Julio Pernús, prensa IPL

Todo pasa tan deprisa en este cambio de época, lo que ayer eran respuestas, hoy pudieran ser preguntas. Oppenheimer, la nueva película biográfica del director Christopher Nolan, abre la interrogante sobre hasta qué punto un ser humano es capaz de arrastrar el conocimiento para poner en peligro la creación más amada por Dios: la humanidad.  El guión comienza realzando la figura de Prometeo, conocido principalmente por desafiar a los dioses robándoles el fuego y cediéndolo a los hombres para su uso. 

Cillian Murphy –protagonista de la serie Peaky Blinders–, en su rol de J. Robert Oppenheimer, logra llevarnos a una pregunta, que no por repetida deja de ser interesante de contestar: ¿cómo un hombre o varios hombres decentes pueden apagar sus conciencias, para contribuir con su invento –la bomba atómica– al exterminio de miles de personas y poner en peligro la existencia de la humanidad? Y siempre existe la opción de decir que no; eso queda demostrado en el diálogo entre el protagonista y un simpático científico refugiado en Estados Unidos de nombre Albert Einstein.

Oppenheimer cuenta con un elenco de lujo: Emily Blunt, Rami Malek, Matt Damon, pero, un nombre para resaltar –en especial por  su fuerza interpretativa– es Robert Downey Jr., su rol le agrega un toque necesario de suspenso inteligente a la trama. El filme logra moverse en diferentes épocas de la vida de su protagonista –marca Nolan– con argumentos que denotan una profunda investigación expresada en los diálogos. 

Como espectador, me parece exagerada la duración de tres horas, pues está reproduciendo el estilo seriado de las películas actuales. Dentro de poco parecerán raros esos largometrajes que tenían un promedio de una hora y treinta minutos.  

 Oppenheimer muestra un hombre real, sin edulcoraciones, un sujeto que es capaz de pensar y ejecutar un plan para matar a su profesor de Cambridge por llamarlo inepto en una clase. Un científico que vive una juventud ligada a la izquierda en medio de un macartismo avasallador, cual fiel preludio de una Guerra Fría. 

El Proyecto Manhattan, escenario en el que se desarrolla gran parte de la trama, fue un proyecto llevado a cabo por grandes científicos americanos para crear un arma de destrucción masiva. Todos tenían algo en común, la ciencia era su religión y Dios no era parte de la materia prima que utilizaban para su conocimiento. 

Tres años, cuatro mil personas empleadas y dos mil millones de dólares, fue el costo de poner en nuestras manos una herramienta que pudiera destruir la vida en el planeta.  Un artefacto que al ser utilizado en  Hiroshima y Nagasaki dejó un saldo inicial de 250 mil muertos. 

Espero que los jóvenes, público mayoritario en el cine de República Dominicana al que asistí, se asqueen al ver a un Harry S. Truman, presidente de los Estados Unidos, defender orgulloso que a él la historia lo recordará como el Prometeo americano por patrocinar todo el tema de la bomba. Y recuerden esa reflexión final de la conciencia de Openhaimer donde le afirma que a él le recordarán por convertirse en el destructor del mundo, el creador de la muerte, el hombre que desafió a Dios.

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