Por P. Martín Lenk S.J. Superior provincial de las Antillas, Compañía de Jesús

 Vida Cristiana- El Evangelio de San Juan nos relata cómo los discípulos estaban reunidos el primer día de la semana, el domingo, en la tarde, a puertas cerradas por miedo de ser capturados, cuando Jesús se presentó en medio de ellos, diciendo: “La paz con ustedes”. Sin embargo, Tomás, a quien llamaban “Mellizo”, no vio a Cristo resucitado. ¿Por qué Tomás no lo vio? La respuesta a esta pregunta es muy sencilla: Tomás no estaba ahí. Se había apartado de los discípulos por razones que solo podemos conjeturar. Posiblemente pensaría que reunirse ya no valía la pena, que el proyecto de Jesús había fracasado, que estaba muerto y que sus llagas eran prueba del fracaso y de la muerte. Quizás Tomás pensaba que era perder el tiempo reunirse con los demás, y que tenía cosas más importantes que hacer. El desánimo se había apoderado de él.

Pero ocho días más tarde, el siguiente domingo, Tomás, el Mellizo, sí estuvo junto a los demás discípulos. Los otros le habían hablado y, aunque no les creía, fue a la reunión. De nuevo, Jesús resucitado aparece y enseña a Tomás sus llagas: “Mira mis manos y toca mis heridas; extiende tu mano y palpa mi costado, en adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Las llagas de Jesús, que en otro momento fueron razón de incredulidad, se convirtieron ahora en razón de fe. 

La historia de Tomás, el Mellizo, es una invitación para compartir nuestra fe. No podemos creer solos. La experiencia de Cristo resucitado es comunitaria y fe compartida. Nos reunimos, especialmente el primer día de la semana, el domingo, para celebrar y compartir nuestra fe en Cristo resucitado. Él está en medio de nosotros, aunque podamos tener miedo, como los primeros discípulos. Podemos enseñar y compartir nuestras heridas, las llagas que vivimos en nuestra sociedad, y escuchamos a Jesús que nos dice: “No te escondas, no huyas. Ánimo, toca las llagas de este mundo, que son mis llagas, y no seas incrédulo, sino ten fe”.