Todos nosotros somos capaces de hacer el bien pero también de destruir lo que Dios ha hecho. Lo afirmó el Papa Francisco en la misa matutina en la casa de Santa Marta.
El Pontífice se detuvo en la primera Lectura que narra el diluvio universal y observó que el hombre es incluso capaz de destruir la fraternidad y de aquí nacen guerras y divisiones. De aquí que condenó duramente a aquellos "comerciantes de muerte" que venden armas a países en conflicto para que la guerra pueda continuar.
Existe siempre – agregó – un "deseo de autonomía": "¡yo hago lo que quiero y si tengo ganas de esto, lo hago! ¡Y si por esto quiero hacer una guerra, la hago!":
"¿Pero por qué somos así? Porque tenemos esta posibilidad de destrucción, éste es el problema. Luego, en las guerras, en el tráfico de armas...'pero ¡somos comerciantes!' Sí, ¿de qué? ¿De muerte? Y están los países que venden las armas a éste, que está en guerra con éste y las venden también a éste, para que así continúe la guerra. Capacidad de destrucción. Y esto no viene del vecino ¡viene de nosotros! 'Cada íntima intención del corazón no era otra cosa que mal'. Nosotros tenemos esta semilla adentro, esta posibilidad. ¡Pero tenemos también al Espíritu Santo que nos salva, eh! Pero debemos elegir, en las pequeñas cosas".
El Papa ha puesto en guardia contra las habladurías, de quién habla mal del vecino: "también en la parroquia, en las asociaciones", cuando hay "celos" y "envidias" y quizás se va a hablar mal con el párroco. "Esta es la maldad - advirtió - ésta es la capacidad de destruir que todos nosotros tenemos". Y sobre esto "la Iglesia a las puertas de la Cuaresma nos hace reflexionar".
Francisco dirigió una mirada al Evangelio del día en el cual Jesús reprocha a los discípulos que pelean entre ellos porque se habían olvidado de traer el pan. El Señor les dice que "estén atentos", que tengan cuidado de la "levadura de los fariseos, de la levadura de Herodes". Simplemente, pone el ejemplo de dos personas: Herodes que es "malo, asesino y los fariseos hipócritas". Jesús les recuerda cuando ha partido los cinco panes y los exhorta a pensar en la Salvación, a aquello que Dios ha hecho por todos nosotros. Pero ellos, recuerda el Papa, "no entendían porque su corazón estaba endurecido por esta pasión, por esta maldad de discutir entre ellos y ver quién era el culpable de aquel olvido del pan".