RÍO BRANCO.- Jean Bart prepara su maleta. Dentro hay algo de ropa, un sobre con fotos de su familia y una Biblia que han recorrido más de 5.500 kilómetros desde Haití en "busca de una puerta abierta" que parece que empieza a dejar entrar algo de luz.
Después de pasar diez días en un albergue para inmigrantes en Río Branco, la capital del amazónico estado brasileño de Acre, Bart consiguió sus papeles y ahora espera "contentísimo" la llegada de un autobús con destino Sao Paulo, donde le espera su hermano para ayudarle a encontrar un trabajo.
En su periplo "por una vida mejor" dejó atrás una familia, y a su novia Cecilia; fue extorsionado por los "coyotes" en la frontera con Perú y pasó hambre y frío, "mucho frío".
El mismo relato, con diferentes protagonistas, es el que se escucha en cada una de las esquinas de la Chácara Aliança, un terreno alejado del centro de Río Branco donde 600 inmigrantes, la mayoría de ellos haitianos, conviven tras un largo viaje y a la espera de ser regularizados por el Gobierno brasileño.
Con los "papeles" al día los inmigrantes pueden trasladarse a otros puntos del país sudamericano.
Bart, como la mayoría de sus colegas, pasó por República Dominicana, Panamá, Ecuador y Perú hasta llegar al gigante latinoamericano.
El tiempo pasa lento en el centro de acogida, dicen. Una mujer le hace trenzas en el pelo a su compañera, otras hablan en pequeños grupos, mientras una decena de haitianos y senegaleses llenan botellas de plástico en una cuba de agua para ducharse en el jardín y refrescarse de los 36 grados del mediodía.
A pocos metros, Miguans Jocelyn se relaja en uno de los cientos de colchones esparcidos en el comedor mientras observa un mapa del mundo colgado en la pared y unas hojas que imparten una lección básica de portugués.
Como el resto de sus compatriotas, el joven, de 22 años, decidió dejar Haití debido a la situación económica que atraviesa el país más pobre del hemisferio occidental y mantiene su sueño de llegar algún día a ser profesor de inglés.
"En mi país el coste de vida es muy alto y ese es el motivo de venir aquí, a Brasil. En mi país yo estudiaba en la escuela, pero ahora que necesito encontrar trabajo es muy difícil para mí, por eso decidí ir a otro país, como Brasil", sostiene.
Jocelyn es sólo uno de los miles de haitianos que comenzaron a llegar a Brasil tras el terremoto que en 2010 sacudió la capital, Puerto Príncipe, mató a 220.000 personas y dejó hecho añicos un país que comparte las raíces, el color, las costumbres y, sobre todo, la pobreza de África.
Tras el desastre, Brasil, que lidera la fuerza de estabilización de la ONU en Haití (Minustah), comenzó a expedir en 2012 un "visado especial humanitario" con vigor hasta 2015 para la población haitiana y, según los datos de Acnur, entre 2010 y 2013, el número de peticiones de refugio a Brasil pasó de 566 a 5.256, más de un 800 %.
"Brasil es como su puerta de salvación para ellos (...). Cuando llegan aquí (Acre) les ponemos un mapa para que elijan dónde quieren ir y la mayoría escoge Sao Paulo. Creen que es una ciudad con oportunidades", resaltó a Efe el secretario regional de Derechos Sociales de Acre, Antonio Torres.
Durante años, el padre Paulo, director del Centro de Estudios Migratorios de la Misión Paz, ha recibido y ayudado a buscar empleo a los inmigrantes que llegan a Sao Paulo y quienes, según explica, "sufren un gran choque porque no es lo que imaginan".
El sacerdote elogió los "grandes avances" del Gobierno brasileño, pero cuestionó su política "reactiva y no pro-activa".
"La política migratoria no se resume en un papel", resaltó.
Bajo la presión de diversas ONG, el Ministerio de Justicia presentó el pasado mes de agosto un anteproyecto de ley sobre migraciones que reforme la actual estructura legislativa y reduzca la burocratización del proceso de entrada y regulación de los inmigrantes.
"En los últimos años, el Gobierno ha tirado de acciones improvisadas e insostenibles para dar respuesta a los inmigrantes sin documentos y permanencia, como es el caso de la mayoría de haitianos que entran al país por Acre", precisó Camila Asano, coordinadora de Política Exterior de la ONG Conectas.
Fuente Externa