Durante la homilía de la Misa Crismal que el Papa Francisco celebró en la Basílica de San Pedro del Vaticano este jueves 18 de abril, Jueves Santo, el Santo Padre animó a los sacerdotes a donarse con generosidad en su ministerio y a ser siempre cercanos a la gente.
Junto al Obispo de Roma, concelebraron los Cardenales, los Obispos y los Presbíteros presentes en Roma. Durante la Celebración Eucarística, los sacerdotes renovaron las promesas realizadas en el momento de su ordenación y, después, se bendijo el oleo de los enfermos, el oleo de los catecúmenos y el crisma.
El Pontífice explicó en la homilía que el Evangelio de San Lucas presenta a Jesucristo “en medio de la multitud, rodeado y apretujado por la gente que le acerca sus enfermos, le ruega que expulse los malos espíritus, escucha sus enseñanzas y camina con Él”.
“El Señor nunca perdió este contacto directo con la gente, siempre mantuvo la gracia de la cercanía, con el pueblo en su conjunto y con cada persona en medio de esas multitudes”, señaló el Papa quien destacó que en el Evangelio vemos que las multitudes “se transforman” cuando interactúan con el Señor “que se mete en ellas como un pastor en su rebaño”.
En este sentido, el Santo Padre aseguró que al encontrar al Señor “en el interior de la gente se despierta el deseo de seguir a Jesús, brota la admiración, se cohesiona el discernimiento”.
Por otro lado, el Papa dijo que “la Iglesia siempre tiene los ojos fijos en Jesucristo, el Ungido a quien el Espíritu envía para ungir al Pueblo de Dios”.
Por ello, el Pontífice reflexionó en cuatro grupos “destinatarios preferenciales de la unción del Señor: los pobres, los prisioneros de guerra, los ciegos y los oprimidos”.
“A lo largo de la vida del Señor, estos ungidos irán adquiriendo rostro y nombre propios”, explicó el Papa quien recordó entre los pobres a la viuda “que unge con sus dedos las dos moneditas que eran todo lo que tenía ese día para vivir”. “La unción de esa viuda para dar limosna pasa desapercibida a los ojos de todos, salvo a los de Jesús, que mira con bondad su pequeñez”, expresó.
En esta línea, el Santo Padre mencionó también a Bartimeto “el mendigo ciego que recuperó la vista y, a partir de ahí, solo tuvo ojos para seguir a Jesús por el camino” y, por último, destacó la parábola del Buen Samaritano.
“Nosotros, sacerdotes, somos el pobre y quisiéramos tener el corazón de la viuda pobre cuando damos limosna y le tocamos la mano al mendigo y lo miramos a los ojos. Nosotros, sacerdotes, somos Bartimeo y cada mañana nos levantamos a rezar rogando: ‘Señor, que pueda ver’. Nosotros, sacerdotes somos, en algún punto de nuestro pecado, el herido molido a palos por los ladrones. Y queremos estar, los primeros, en las manos compasivas del Buen Samaritano, para poder luego compadecer con las nuestras a los demás”, afirmó el Papa.
En este sentido, el Santo Padre reveló que cuando administra el Sacramento de la Confirmación y de la Ordenación le gusta “esparcir bien el crisma en la frente y en las manos de los ungidos” porque al ungir bien “uno experimenta que allí se renueva la propia unción” y aseguró que “el que aprende a ungir y a bendecir se sana de la mezquindad, del abuso y de la crueldad”.
“Esto quiero decir: no somos repartidores de aceite en botella. Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón. Al ungir somos reungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo”, exclamó.
Al finalizar, el Papa animó a los sacerdotes a estar “con Jesús en medio de nuestra gente” para que el Padre “renueve en nosotros la efusión de su Espíritu de santidad y haga que nos unamos para implorar su misericordia para el pueblo que nos fue confiado y para el mundo entero”.