El Papa Francisco invitó a pedir al Señor nunca olvidar que “la verdadera riqueza de nuestra vida está en su Amor infinito” por lo que estamos llamados a “compartir también con los demás” este Amor infinito de Dios. Así lo indicó el Santo Padre durante la audiencia general de este miércoles 7 de agosto luego de haber suspendido casi todas sus actividades públicas durante el mes de julio para su anual período de descanso.
En esta ocasión, el Pontífice dirigió su audiencia semanal en el Aula Pablo VI del Vaticano debido a las altas temperaturas del verano romano, clima que no impidió a los miles de fieles católicos asistir al encuentro con el Papa.
En su predicación, el Santo Padre retomó su serie de catequesis sobre narraciones bíblicas del libro de los Hechos de los Apóstoles. En concreto, Francisco reflexionó sobre la primera curación, por parte de los discípulos, de un hombre paralítico de nacimiento que pedía limosna en la puerta del Templo.
“Pedro y Juan se dirigen allí a rezar hacia las 3 de la tarde: es la misma hora en que se ofrecía el sacrificio, y en la que Cristo murió en la Cruz”, destacó el Papa, quien añadió que “al ver al paralítico, los apóstoles lo miran y le piden que él a su vez los mire, creando así una relación, un encuentro real entre personas, que es donde a Dios le gusta manifestarse”.
Luego, el Santo Padre recordó las palabras del apóstol Pedro: “No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y camina”, y añadió que el apóstol lo tomó de la mano y levantó al paralítico.
“El mendigo no obtuvo dinero, sino que recibió el ‘Nombre’ que salva: Jesús de Nazaret. Aquí vemos el retrato de una Iglesia que mira al que está en dificultad para crear relaciones significativas, puentes de amistad y solidaridad”, afirmó el Papa quien animó también a las parroquias y realidades eclesiales a hacer lo mismo.
En esta línea, el Papa alentó a mostrar “el rostro de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos, y que vive el arte del acompañamiento que se caracteriza por la delicadeza con que se acerca a la tierra sagrada del otro; así nuestro caminar tendrá el ritmo sanador de la projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sana, libera y alienta a madurar en la vida cristiana”, dijo.
Por ello, el Papa Francisco aseguró que los apóstoles Pedro y Juan “nos enseñan a no poner la confianza en los medios, que siempre serán útiles, sino en la verdadera riqueza que es la relación con Cristo resucitado” y lamentó las parroquias que “se preocupan más por el dinero que por los Sacramentos” por lo que una vez más exhortó a que la Iglesia sea pobre.
“En los Hechos de los Apóstoles la predicación del Evangelio no se confía solo a las palabras, sino también a las acciones concretas que testimonian la verdad del anuncio. Se trata de ‘prodigios y signos’ que ocurren por obra de los Apóstoles, que confirman su palabra y demuestran que ellos actúan en nombre de Cristo”, señaló el Papa quien explicó también que esta narración tiene “una clara finalidad misionera, que se dirige a suscitar la fe”.
En este sentido, el Santo Padre afirmó que el Concilio Vaticano II recordó que la Iglesia “es sacramento universal de la salvación, lugar de liberación y curación” y en esta narración bíblica el testigo “es el paralítico: que ahora camina, salta y alaba a Dios” y agregó que “el excluido del culto ahora puede acceder al Templo; el marginado de la liturgia se convierte en cantante de las grandes obras de Dios, y esto porque, como explica Pedro al pueblo, la fe en el nombre de Jesús le dio la curación perfecta”.
“Es la Iglesia ‘hospital de campo’, casa de las puertas abiertas, madre del corazón tierno”, afirmó el Papa quien invitó a preguntarse: “¿Y nosotros? ¿Qué poseemos?, ¿Cuál es nuestra riqueza, nuestro tesoro? ¿Cómo podemos hacer ricos a los otros? Pidamos al Padre el don de una memoria grata en el recordar los beneficios de su Amor en nuestra vida, para dar a todos el testimonio de la alabanza y del reconocimiento”, exhortó el Papa Francisco.
Por último, el Pontífice dirigió esta especial invitación: “Pidamos al Señor que nunca olvidemos que la verdadera riqueza de nuestra vida está en su amor infinito, y que nos esforcemos en compartirlo también con los demás. Que Dios los bendiga”.