Por Julio Pernús
El cine debe comprometerse con las causas políticas y sociales para que el mundo se parezca al lugar vivible que deseamos los seres humanos. El negocio del dolor coloca el acento sobre uno de los temas sensibles de la sociedad y es la mercantilización sin ética de la industria farmacéutica. El director David Yates entreteje un elenco de lujo con Emily Blunt, Chris Evans, Catherine O’Hara y Andy García para, aprovechando una buena historia, denunciar un relato basado en Insys Therapeutics, una compañía con varios altos directivos, incluyendo su CEO, que fueron condenados por ser una organización criminal, tras probarse que no solo habían aprobado el soborno a médicos para que prescribieran su medicamento Subsys (fentanilo), sino que mintieron a las aseguradoras sobre la necesidad real de este remedio para los pacientes.
Algunos de los que vimos esta película, entre las de mayor audiencia en Netflix, podremos pensar que el fentanilo está lejos de nuestra realidad, pero en República Dominicana la industria farmacéutica y sus “socios” ya la han dejado deslizarse sabiendo que es un compuesto químico que estruja las neuronas cerebrales y paraliza el corazón al menor descuido. Hoy está mezclada con cocaína, crac, metanfetaminas y todo lo que se pueda “cortar” para aumentarle las ganancias a los traficantes.
El negocio del dolor nos advierte de una tempestad que puede tomar mayor fuerza en los países pobres como el nuestro, pues el capital que arropa a esta industria farmacéutica carece muchas veces de un ponerse en el lugar del otro y solo le interesa vender. La venta de fentanillo se ha considerado como una de las causas principales de la gran crisis de los opioides que ha azotado a Estados Unidos y que convierte a sus consumidores en una especie de zombis.
David Yates nos ha dado a los espectadores una oportunidad única para conversar sobre cómo en nuestra sociedad regulamos un elemento tan sensible como la medicina que moldea nuestra salud. En República Dominicana las farmacéuticas privadas tienen un hambre voraz por devorar los recursos de sus clientes, pero tras cada nueva receta para “evitar” el dolor o la enfermedad, debemos regresar a la duda que desliza la película, ¿detrás de esa industria hay una opción ética por el consumidor? o solo prima el sacarte los cuartos del bolsillo.