La interacción armoniosa que define la existencia humana y que se da a través del espíritu, la mente, la materia, el movimiento y la acción, necesita indiscutiblemente de esa relación continua que nos vincula al dar y recibir.
Desde muy niños a muchos se nos ha educado para que aprendamos a dar y a compartir solidariamente con los demás lo que poseemos. Pero, tradicionalmente, el ejercicio de recibir no sido muy bien transmitido sobre todo hacia las mujeres, quienes a lo largo de la historia, y aún en la actualidad, en muchas tradiciones y culturas son discriminadas y de diversas maneras se les niega ese derecho del que también son dignas.
Como decía en un libro una escritora anónima: "Mientras estés dando, estarás recibiendo."
Recibir implica humildad, es bajar las manos, aceptar, acoger, valorar; y para muchos es colocar a un lado sus perjuicios, actitudes, dudas, desconfianzas, y con ello permitirse ser amado o amada.
Por otro lado, el dar no se refiere únicamente a las formas materiales. Es una intención, un acto de voluntad incondicional que se ofrece y se entrega con amor y alegría.
El dar no siempre implica grandes sacrificios. En la mayoría de los casos se trara de escuchar, ser justo, tener compasión y misericordia, empatía, es tratar con delicadeza al otro, es mostrar atención, una sonrisa, un abrazo, estrechar las manos, un buen deseo, es tener afecto por el otro. Estos son obsequios altamente valiosos que cuando se entregan nunca quedan sin recompensa.
Mi mensaje de hoy es que la mejor manera de mantener ese equilibrio que exigen nuestras vidas es que aprendamos a balancear nuestros actos y acciones diarias con el buen ejercicio de dar y recibir.
POR JAVIER AGUSTÍN